viernes, 15 de diciembre de 2006

Hojuelas inconclusas



Por: Martín Bonasso

¡Puta!...otro día más. Ni modo, a resistirlo y a tratar de olvidarme de ayer, anteayer, etcétera, etcétera. Porque yo siempre vivo los días a mi modo. Se preguntaran como es eso ¿no? Pues trato de hacer lo que más me guste, pisoteando a quien sea, al fin y al acabo todos somos así: unos ególatras de mierda. Nadie se preocupa por nadie. Mentira que alguien te tienda la mano, antes que eso suceda prefieren escupirte y si bien te va, sólo te echan a la calle con un patadon en el culo.
Tengo ganas de ir al baño. Es lo primero que hago cuando despierto. Me levanto casi meandome, no lo pienso más y me incorporo como resorte. Hoy no estoy tan rosada ni inflamada como en otras ocasiones, aunque si me arde un poco. Creo que es normal. No todo es gratuito en esta miserable vida, tienes que sacrificar algo para poder si quiera malvivir. No hay opción.

Al momento de agacharme para jalar la palanca, me percato de algo. Me acerco al espejo como queriéndome introducir y lo afirmo, alguno de los pendejos de ayer me ha dejado un chupeton; tal vez con un poco de maquillaje se logre ocultar. Me retiro inmediatamente del espejo. No me gusta mirarme. Tengo miedo de algún día no reconocerme.
Voy a la mesa y me sirvo unos confleis. Al tiempo que juego con las hojuelas, pienso en si debo ir a chambear, tengo hueva, pero es fin de semana y además quincena. Se va a poner bueno. He decidido ir sólo un rato, hasta las seis o siete, en ese lapso ya me traje unos mil quinientos.



Son las doce. Es hora de un relajante baño, de quitarme las costras amorfas de semen, y el pegajoso rastro de sudor que dejaron por todo mi cuerpo varios desconocidos ¡A quien chingados se le ocurre hablar cuando estoy bañándome! ¡Como me caga eso! Una esta aquí concentrada en el único lugar y tiempo más reflexivo que tenemos, y el silbidito del aparato me saca de onda. Me enredo en mi toalla y contesto. Es uno de mis clientes. Me propuso trabajar en una despedida de soltero, le dije que yo nada mas cogía y que no iba a hacer esos bailecitos ridículos. Me dijo que no había problema. Acordamos el lugar, hora y por supuesto la paga. Me vino excelente ya que con sólo dos horas iba a ganar más que todo el día.

Al salir de la fiestecita ya iba medio servida, no era para menos con las cuatro botellas de whisky que nos tragamos. Lo bueno que no estaba lejos de casa. Y además de los cuatro mil pesos que acordamos, les dije que me dieran unos tres cientos más para el taxi. Como todos estaban bien cocos y pedos, ni la pensaron para dármelos.

Paré un taxi y nos fuimos. El taxista, un vetusto amargado, me lanzaba miradas lascivas por el retrovisor , sus lentes parecían lupas intentando profanar el mas profundo rincón de la minifalda que llevaba puesta. Fui esquivando con experiencia cada uno de sus movimientos “involuntarios” que ansiosos pretendían un roce con mis piernas. De repente, en un crucero salió corriendo un cristiano, el viejo no pudo frenar y lo impactó brutalmente. Con el cofre lo aventó como unos cinco metros. El pendejo, de lo asustado en vez de esquivarlo paso encima de él, incluso se escucho como tronaban sus huesos cuando las llantas lo aplastaron. Ya no estábamos lejos de mi casa y le dije que se orillara. Me baje. Decidí irme caminando, no sin antes vomitar en un árbol por el susto aquel.


Sólo debía cruzar el parque para darme un relajante baño en mi tina, lo merecía. Primero la cogida que me dieron y luego el pinche sustote. Me iba soltando el cabello, cuando me salieron dos chavitos, pero chavitos como de unos trece o catorce años, eso si los muy cabrones con unas trenita y ocho especial, que seguramente te dejan un buen agujerote. Me iba a resistir al asalto. Y cuando uno de ellos soltó un tiro al aire, supe que iba en serio. Ni modo, les tuve que dar mis cuatro mil pesos. Los escuincles se echaron a correr y yo me senté en una banca a chillar. Después de unos diez minutos, el frió me corrió y me encamine a casa sin puta idea de lo que había pasado.

Llegando a mi depa, me doy cuenta que no cerré con llave la puerta. Lo que me faltaba, pensé en el momento que un tipo me sujetó por atrás, mientras otro me amarraba las manos. Un tercero sacaba cosas de mi casa. Yo era simple espectadora de aquel atraco. No podía hacer nada. Cuando regresó el tercero, se encargó de agarrarme las tetas hasta casi arrancármelas. El de atrás con un chingadazo en las costillas, hizo doblarme y empezó a manosearme las nalgas a su antojo. Uno más, metía desesperadamente sus dedos en mi culo y en mi vagina. Después cada uno me encajaron bestialmente sus miembros, hasta casi dejarme inconsciente. De lo demás no me acuerdo. Sólo se que desde el suelo, veía una mosca volando encima de mi plato de confleis.

1 comentario:

Eleuterio Jaramillo dijo...

buen escrito bonasito, aunque le falto más sangre. que bueno que ya tienes tu porpio espacio, ojala y no te creas mucho (más mezcla maistro...?) ja,ja, saludos y cuidese, que ya ve que se me resfría por estas fechas